Publicado en el Diario Montañés el 18 de noviembre de 2011
Un niño de dos años de Cantabria (con el bonito nombre de Neizan) se acaba de sumar a la larga lista de españoles que han perdido la vida al ser arrollados por un tren. No es la primera vez que en el lugar del suceso mortal, Ganzo, en Torrelavega (Cantabria), sucede algo semejante. Al parecer, y según FEVE, en este punto ferroviario hay un paso a nivel de clase B, pero no cuenta con barreras porque es un paso con poco tráfico de vehículos. Dónde quedan las personas, lo desconozco, desde el punto de vista de los ejecutivos que piensan y toman estas decisiones. Hace demasiados años que estamos a vueltas con este asunto. Se promete, se dice, se anuncian planes, a nivel de todo el territorio nacional, pero creo sinceramente que es para salir del paso tras un nuevo accidente, y, luego, no se hace nada. El accidente de Neizan fue desgraciado. Se soltó de la mano del abuelo y luego pasó lo sabido. El 24 de junio de 2010 también fue desgraciada la muerte de catorce personas, arrollados por un tren en la estación de Casteldefells. Después resultó que la seguridad tenía agujeros. Qué se ha hecho después en la localidad catalana lo desconozco, pero aquí y ahora, habrá que estar expectantes ante lo que se hace con este punto negro de la vía en Ganzo.
Con hablar del AVE y lo mucho que corren, en España ya no se aborda que hay demasiados pueblos que siguen teniendo el mismo problema de siempre cada vez que pasa el tren. Sus habitantes tienen que tener un cuidado extremo, bien porque no hay pasos a nivel, bien porque no hay vallas protectoras en zonas peligrosas, o bien porque antes pasaba el tren a sus anchas y luego creció alrededor nuevas zonas urbanas. Disculpas en todo caso porque la seguridad de la gente es lo primero. Si fuera un caso aislado y cada muchos años, ahora no estaría hablando de esto. Pero es que en nuestro país la muerte de ciudadanos arrollados por trenes pasa con frecuencia. La misma frecuencia con que se anuncian medidas que luego no se ejecutan. Tomar esas medidas que se presentan para la mejora seguridad de poblaciones por cuyo centro pasa el tren, valen dinero. Cuando no había crisis, no se hacían; ahora, metidos de lleno en recortes, ¿cómo vamos a creer que se harán? Al menos nos queda la palabra y con ella la denuncia. Lo de las vías del tren y los pasos a nivel seguros en España ha funcionado siempre regular. No se puede decir que mal del todo, pero desde luego el término regular viene que ni al pelo. Algo regular (del latín reguláre), como por ejemplo regular el tráfico de lo que sea, de coches o de trenes, es algo ajustado, medido, arreglado en las acciones y modo de vivir. Quédense con estas dos últimas palabras, modo de vivir. Por eso decía antes que son primero las personas que los trenes y la seguridad que nos deben proporcionar. Por si parece que le echo la culpa al tren, no es así. Fijo mi atención en los que toman las decisiones en los despachos, en los que hacen falsas promesas de mejores vías, catenarias o pasos a nivel. Cada vez que me entero de una nueva muerte debido a estos incumplimientos me indigno un poco más con un asunto en el que nunca he creído, porque luego no se cumple lo que se promete. Para algunas cosas, así somos en España: mucho hablar, para luego no hacer nada, salvo gritarse entre vecinos ¡cuidado que pasa el tren!