Publicado en el Diario Montañés el 28 de agosto de 2011
Tan cierto como que dos más dos son cuatro, lo es también que este mundo organizado en Estados y diplomacia de conveniencia se ha acostumbrado históricamente a mirar hacia otro lado cuando las grandes aberraciones se perpetran a miles de kilómetros de las grandes capitales del poder. El 13 de agosto de este año se cumplieron 50 años de la construcción del Muro de Berlín, conocido más por el “Muro de la vergüenza”. Sin haber leído entera la noticia, de entrada me chocó, pero pronto comprendí el por qué de semejante celebración y organización de actos oficiales. Me abrió los ojos el alcalde de Berlín, al señalar que esta conmemoración supone aprender del pasado y honrar a quienes se dejaron la vida en su lucha por la libertad. Sus palabras exactas fueron estas: “recordar a las víctimas y recordar quiénes fueron responsables por los muertos del Muro, sin que haya espacio para la nostalgia ni para la comprensión”. No ha lugar a ninguna de las dos, la nostalgia o la comprensión, porque el Muro levantado para separar a los alemanes en la madrugada del 13 de agosto de 1961 hasta el inicio de su derribo el 9 de noviembre de 1989, fue una gran vergüenza mundial. La costumbre de hacerte el sueco cuando crees que un asunto no va contigo, lleva acarreada que difícilmente sacas conclusiones, positivas o negativas, de algo que te ha importado poco o más bien nada. Mi teoría queda avalada con el ajuste de cuentas sobre el Muro que Presidente de Alemania, Christian Wulff, hizo con todos aquellos que durante años “se resignaron” a que el Muro existiera.
De lo del Muro de Berlín hace ya medio siglo, pero mucho me temo que esa resignación se repite con otros tantos asuntos que son los actuales muros de la vergüenza del planeta. Pruebo dentro de las Redes Sociales para ver cuáles son las cuestiones que medios de comunicación y lectores tienen afianzadas como muros por derribar. Entre las muchas opiniones que hallo destaco esta lista: el hambre, la pobreza, la degradación del medio ambiente, las guerras, la violencia de género, el racismo, la concentración de riqueza y poder en unos pocos, la inmigración, el terrorismo, los problemas entre judíos y palestinos o la globalización. Depende de a quién preguntes y dónde viva, te recalcará más una cuestión que otra, pero todos y cada uno de los problemas que contiene esta lista son una vergüenza en sí que llevamos arrastrando durante generaciones, y así seguiremos para dejarlos como herencia maldita a niños que nazcan en el futuro. La salida de estos laberintos en los que nos hemos metido solitos no tiene buena pinta, al menos a mí no me lo parece. La crisis y los años venideros de recuperación van a hacer más agujero en problemas como el desarrollo de los países incipientes. Son pobres de solemnidad y, encima, cuando empiezan a asomar la cabeza en el crecimiento, se les exige compromisos y sacrificios. Sólo hay que ver lo que está pasando en todo el corredor que va desde el Norte de África y que llega hasta Oriente Próximo. Egipto fue el primer país en explotar, en echar al dictador, y sigue a la espera de que las promesas de democracia se cumplan. El resto vecinos del entorno no para de mirar de reojo, desde Arabia Saudí hasta el propio Irán, sin olvidar lo acontecido en Libia.
La pobreza ya conocida tampoco va a tener perdón alguno por parte de la crisis. Cuando el dinero abundaba, nos daba igual; ahora que no hay plata, la postura es la misma, ninguna. Hasta el 2015, muchos de los ocho objetivos del Milenio previstos por la ONU, sencillamente, no se van a cumplir, y estos son los auténticos muros de la vergüenza, reconocidos como tales por la mayoría de los ciudadanos. Extinguir la pobreza extrema y el hambre es el primer gran muro a derribar. Le sigue tener educación universal y la igualdad entre los géneros. Más acuciante si cabe es reducir la mortalidad entre los niños, empezando por mejorar la salud de sus madres. O combatir el SIDA que ha creado un gueto real en torno a sus enfermos, como aquellos guetos que recordamos en plena Segunda Guerra Mundial, de tan tristes consecuencias y recuerdos. El propio Muro de Berlín fue fruto de un odio incontrolado. Antes de la gran crisis, nos preocupaba lo justo el cambio climático y la sostenibilidad del Medio Ambiente, con los casos sangrantes en la destrucción paulatina del Amazonas y las matanzas de ballenas, focas y especies protegidas que habitan en suelo africano y asiático. Todo esto, y lo anterior que he citado, ha dado un vuelco total para volver a ser asuntos que pueden esperar. Lo primero son los mercados financieros y la propia situación de los grandes países que sostienen a los cuestionados organismos internacionales que tradicionalmente se han ocupado de los males de nuestro mundo. En la conmemoración de Berlín hubo palabras que buscaban aprender del pasado y no volver a caer en los mismos errores. Con los muros que quedan, el pesimismo habla por si sólo y parece decir algo así como ahórrate el discurso porque ni te oigo, ni te escucho.