Publicado en el Diario Montañés el 21 de agosto de 2011
En las recomendables lecturas veraniegas me topo con una frase que Graham Greene dejó escrita como de manera premonitoria: “la vida tiene sorpresas. La vida es absurda. Y, como es absurda, siempre existe la esperanza”. Lo creo, a la esperanza me refiero. Greene murió en 1991, año de acontecimientos decisivos, unos mejores que otros, pero que si nos pinchan, no sangramos, porque nunca hubiéramos creído posible que sucedieran. Les voy a dar tres ejemplos de aquel 91. Uno: la URSS se desintegra. Dos: tiene lugar la Guerra del Golfo y, al tiempo, la Conferencia de Oriente Próximo, en Madrid. Pero, sin duda, el hecho histórico extraordinario de aquel año, el tres, es el que más me gusta y por el que muy pocos hubieran apostado: el Parlamento de Sudáfrica suprimió el Apartheid, vigente durante 40 años, y que separaba totalmente a blancos y negros, siendo todos los privilegios para los primeros. La sentencia sobre la vida hecha por el genial escritor inglés cobra una fuerza especial en este annus horribilis de 2011, absurdo también, donde las calles de Londres arden, y un movimiento de indignación (“Los indignados”) se propaga de norte a sur del mundo por el sistema imparable de las Redes Sociales, y que inquieta al que viene siendo el sistema político-social tradicional. Comparar hechos y efemérides de diferentes años siempre resultará subjetivo. Pero ahora vivimos, estamos instalados, en una profunda crisis mundial, que por supuesto lo primero que quiebra es la economía y los bolsillos, pero se traslada también peligrosamente al ámbito social, al descontento, porque somos muchos los que opinamos que en el origen de esta grave situación está la falta de ética en comportamientos y negocios que han dado tan sólo con unos pocos sinvergüenzas en la cárcel, mientras la lista de millones de parados en todo el mundo no para de crecer, de arruinar familias y acabar con los sueños personales de otros tantos millones de jóvenes muy preparados, en paro, y sin futuro predecible. Aventurar el futuro que nos espera, con tantos precipicios económicos como ya hemos visto, es tan difícil como comer sopa con un cuchillo. ¿Cuándo lo ha tenido el mundo fácil? Con esta pregunta-respuesta no pretendo en absoluto buscar esperanzas, por buscarlas. Si algo queremos los ciudadanos son soluciones a los problemas actuales que no han provocado precisamente los que disfrutaban de una vida acogedora, y su existencia ha pegado un vuelco total, pero para mal.
Hablarnos a diario del comportamiento de los mercados financieros como los culpables del presente y el futuro de un país, España sin ir más lejos, y en el saco vamos todos. Es, además de hablarnos en chino, lamentable y más patético. ¿Nadie es capaz de dar ya una respuesta a esta crisis?; ¿a qué obedece realmente, qué o quienes la mueven? Lo que no tiene explicación es pasar de la noche a la mañana del mayor bienestar, a los mayores índices de temor a perder trabajo, los ahorros, la casa y el coche. Frente a estos mercados, los mortales somos partidarios de la argumentación lógica porque defendemos lo más cercano, lo que por cierto hemos tardado años en conseguir no sin esfuerzos. Les voy a decir una cosa, no entiendo esta crisis, no la he entendido desde el principio. Veo que, mientras a la gran mayoría nos lo amargan, otros, los pocos de siempre, están haciendo el agosto con las armas del miedo para luego comprar barato y el día de mañana sacar la gran tajada especulando. Veo otra cosa. Los países que se reúnen para lo más increíble son reacios a juntarse todos de una vez para hablar claramente de esta crisis y cerrarla. Con los G7 o los G8, no vamos a ninguna parte porque los que pasan por ser los países más ricos y poderosos del mundo no están ni para ayudarse a si mismos. ¿Qué hacemos, entonces? Llevamos tres años largos de crisis, miles de empresas cerradas, sus trabajadores en la calle, y un desaliento y falta total de confianza que aumentan en la medida que no se vislumbran soluciones. La esperanza de la que hablaba Greene se busca, no basta con desearla. Si los países, todos unidos a una, y sus líderes, no toman ya una postura firme que de sosiego general, y haga sacar la cabeza a la recuperación, se seguirá perdiendo un tiempo precioso como se ha hecho hasta ahora. Lo estamos viendo en la Europa del ¡sálvese quien pueda!, pero el contagio, al final, pasa de unos a otros. Por cierto, tampoco entiendo que esta crisis se cebe especialmente con Europa y Estados Unidos, mientras Brasil tira para adelante como una locomotora. Nuestra propia historia nos ha demostrado que podemos superar grandes escollos. El caso es elegir entre liderazgo e iniciativa, o parálisis y acciones endebles. Tal y como yo lo veo, la economía actual sigue en manos de avariciosos que no se contentan con lo mucho que ya tienen. Con razón, la esperanza bien trabajada es el antídoto necesario para superar esta crisis y volver a la senda del crecimiento.