Cumplir 100 años de algo bueno, necesario y justo, como es la igualdad de las mujeres, impulsa a un cambio permanente a más y mejor para modificar las cosas, en lo que falta para esta igualdad total que, parece que no, pero es mucho. Las leyes marcan las reglas, pero las personas dirigimos el día a día, desde la convivencia en casa, en la calle, en el trabajo, y hay que saber hacerlo en igualdad. Un ejemplo: me gusta la Ley de Igualdad que acaba de presentar el Gobierno de Cantabria para que prontamente sea una nueva norma que asegure más la igualdad total. Lo digo para ensalzarla, y para no desmerecerla en absoluto con lo que voy a añadir. La auténtica igualdad está en casa, en las relaciones familiares y personales, en una sociedad viva en cuya base este siempre esta igualdad. En España hemos avanzado mucho: la administración va siendo un ejemplo, la política también, la universidad no digamos, pero en las empresas aún queda un gran trecho para alcanzar la igualdad total entre trabajadores y trabajadoras. Incluso es muy bueno celebrar este centenario del Día Internacional de la Mujer Trabajadora.
Un aniversario así no es sólo una fecha. Nos debe recordar lo que queda por hacer. No está desterrada aún esa noticia que surge de cuando en cuando y que nos habla de mujer despedida por su embarazo, o de trabajadora marginada al reintegrarse a su puesto, después de haber consumido el pertinente permiso de maternidad. Es cierto que existe el amparo de las leyes, pero energúmenos machistas hay en todas partes, tantos como los educados en la creencia absoluta de que hombres y mujeres somos iguales en todo. No conozco mejor fórmula para lograr la igualdad que la educación en casa, y fiarte incluso más de ésta que de la escolar, que puede fallar por creencias propias de educadores o centros. A los hijos de diferente sexo hay que enseñarles que son iguales, para educarse, para comprometerse, para dar, para recibir, por supuesto en los derechos, y también en los deberes para con la sociedad y, especialmente, para con su país. Las más grandes naciones lo son por todo esto. Desde luego, para mi es un orgullo que mi país me recuerde permanentemente que la igualdad entre hombres y mujeres debe ser real, sin debates absurdos o personajes casposos que desde su notoriedad quieran poner en duda esta realidad.