Hablar de lo que suponen las peleas políticas en la vida de un parado es como tener claro lo que vale un pan. El desempleado asiste entre anonadado y rabioso a los estériles enfrentamientos que en muchas ocasiones se dan en la vida diaria española, y que muy poco o nada que ver tienen con dar soluciones al papelón de seis millones de españoles que asiduamente piden número en el INEM. No es de extrañar que, así, haya quienes despiertan cada mañana con la pregunta de “¿en qué país vivimos?”, “¿qué hemos hecho para merecer esto?”, y “¿cómo llevar a cabo los consejos recibidos de rezar, pedir a la suerte, ser emprendedor, original o buscarte la vida en primera persona porque no va a venir nadie a sacarte las castañas del fuego?”.
Los interrogantes van por barrios pero confluyen
en una misma y gigantesca plaza, donde reunir a parados, desahuciados, inmersos en ERES, jubilados, educadores, sanitarios, autónomos, agricultores, ganaderos, trabajadores en general y amas de casa, auténticos milagreros para cuadrar las cuentas mensuales con la cesta de la compra. Parece que nuestro país tiene demasiadas asignaturas suspendidas, pendientes, y demasiados ajustes de cuentas como para priorizar la creación de empleo. Es en esto en lo que otros países centroeuropeos (que ahora escuchan para darnos) nos sacan años y formación. Allí son fuertes los impuestos, y fuerte el bienestar social. Allí, todos reman de verdad en la dirección del empleo, o casi. Y aquí, cada día, toca una nueva gresca, un nuevo conflicto, nueva corrupción o encarcelamiento. ¿Cómo va a estar el parado en paz consigo mismo y expectante ante posibles salidas, si su propio país no lo está?