Publicado el 15 de noviembre de 2009 en el Diario Montañés
El comportamiento de muchos chavales en el colegio se parece al de algunos mayores de edad que creen que la democracia es poder infringir las normas impunemente. La crisis económica, el aumento de la delincuencia y el acoso laboral y las agresiones a profesores, han terminado por llamar a la puerta de poner orden de una vez por todas en las aulas. La propuesta es que el profesor sea una especial de autoridad a la que no se puede faltar al respeto, ni mucho menos levantar la mano. Mal andamos cuando se llega a estos extremos, porque si en esta cadena falla el eslabón de los padres y la educación que damos a nuestros hijos, no servirá de mucho este rigor que ahora se exige. Pasaba hace poco en los sucesos de Pozuelo de Alarcón. Una pandilla de jóvenes asalta una comisaría, queman un coche policial y golpean a agentes del orden. Cuando el juez les impone un castigo de no salir los fines de semana durante tres meses, los padres de los vándalos ponen el grito en el cielo. El buen o mal ejemplo parte del hogar familiar, de los propios padres. Si los buenos ejemplos no se trasladan de padres a hijos, no podemos aspirar a que los profesores sean los que pulan realmente el carácter de la juventud española.
Reglas hay en todo. Los padres somos muy dados a autocomplacernos con la idea de que ya crecerán y se enterarán con su trabajo y lo que cuestan las cosas lo que vale un peine. Entretanto, casi al poco de que han nacido ya les estamos cubriendo de cosas y más cosas, sin que necesiten realmente muchas de ellas. Les perdemos realmente desde pequeños. Desde que nos ponemos de su lado en todo momento, incluso si el profesor les ha echado una riña razonable porque no hacen las tareas, no estudian y su comportamiento deja todo que desear en clase. ¡Es que es mi hijo!, nos hemos acostumbrado a contestar ante cualquier adversidad. El día en que te llaman tonto y no pones orden al instante, has perdido ya el control. Así, se hace muy difícil, por no decir imposible, a que se acostumbren a dirigirse a su profesor como señor o señora, o que apliquen el respeto lógico de tratarles de usted cuando te diriges a la persona que te está enseñando mucho de lo que te va a ser realmente de gran utilidad el día de mañana.