BOLAS Y LUCES ARRANCADAS DEL ÁRBOL DE LA NAVIDAD
Repartidos por toda la Casa Blanca hay diecinueve árboles de Navidad. Uno es más grande que los demás, porque mide casi seis metros. No sé cuántos hay en La Moncloa, pero sí sé que la Navidad, tan emparejada como está con el consumo de viandas, comilonas y regalos, puede resultar un momento muy triste para quienes lo están pasando enormemente mal. Es irremediable también acordarte de tiempos pasados y de aquellos con quien los viviste o quizás compartiste, pero ya no están. Los recuerdos, se crea más o se crea menos, forman parte de la Nochebuena, la Navidad, la Nochevieja y Año Nuevo. Los deseos…, ¡ah, los deseos!, están muy latentes. Alguien con suerte que proclama no querer vivir así, cuando hay mucha necesidad e incluso hambre, me parece una persona llena, repleta, cojonuda y auténticamente feliz. Durante estos últimos quince días de un año de mierda que acaba y al poco de empezar el nuevo, me gustaría que cambiara la suerte para muchos que la merecen. La vida es una ruleta para familias y hogares, porque no es lo mismo nacer en una ciudad que en otra, en algún moderno hospital, que hacerlo en una tienda de campaña humanitaria levantada, más o menos limpia, en algún punto del Cuerno de África.
Cada ser humano que necesita de sus semejantes, es como una bola o una luz arrancada, que faltan, del gran árbol de la Navidad que somos en estas fechas el mundo entero. Soy de los convencidos que una educación sin humanismo es la que crea una sociedad basura, egoísta, corrupta y esclava de un pensamiento pendiente de abolir esto del “último, ¡que se joda!”. En nada son las fechas navideñas las que me llevan a pensamientos que albergo durante todo el año. Y de esto se trata y en ello creo. Es masoquista obligarse en Navidad a tener sentimientos buenos y caritativos, para olvidarse pronto de esta obligación, al menos moral, a nada que arranca un nuevo año y con él la cotidianidad de lo que hacemos. Somos así. Los norteamericanos sólo se acuerdan de lo malas que son las armas, tras un una nueva masacre de niños en un colegio o instituto. O en enero próximo volverá a emitirse por televisión la noticia de que nueve millones de niños mueren al año por desnutrición. Son tantas cosas: la violencia de género, el cáncer, el Sida, las enfermedades raras, los comedores escolares, los desahucios, recortes y bajadas de sueldos y subidas de todo lo demás. Dejo para el final el hambre, la necesidad, y vivir con dignidad. Me llevo una alegría cuando le toca el gordo de Navidad a alguien a quien el banco estaba a punto de echarle de su casa por impago de la letra. Se hace posible que una bola, al menos, una luz, al menos, regresen al gran árbol de la Navidad del que todos formamos parte en este mundo.
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